30 de junio de 2011

Testimonios de la antigüedad sobre los cántabros (I)

Septimio, tú que serías capaz de venir conmigo a Gades, y hasta al cántabro no acostumbrado a soportar nuestros yugos...”
Horacio, Carmina IV, 2, 6

Irritóse tanto [Augusto] al principio contra un tal Corocotta, bandolero español muy poderoso, que hizo pregonar una recompensa de doscientos mil sestercios a quien lo apresase; pero más tarde, como se le presentase espontáneamente, no sólo no le hizo ningún daño, sino que encima le regaló aquella suma.
Dión Casio, Historia Romana 56, 43, 3

El cántabro Laro era temible por la naturaleza de sus miembros y por su corpulencia, aunque no dispusiera de dardos. Como es la fiera costumbre de esta gente, se enfrentaba a la batalla empuñando el hacha con la mano diestra. A pesar de que viera que los guerreros se dispersaban rechazados, una vez destruida la juventud de su gente, sin embargo él en solitario colmaba el campo con cadáveres. Además si el adversario se encontraba cerca, le gustaba herirle de manera frontal, si la lucha llegaba desde la izquierda, giraba el dardo. Pero cuando el fiero atacante llegaba por la espalda, no se perturbaba, sino que lanzaba hacia atrás su hacha de doble filo. 
Silio Itálico, Púnicas 16, 46-65




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